Se le
dijo innumerables veces que no fuera al bosque pardo, pero no hizo caso. Dábito
quería ver las hojas muertas que se encontraban en el corazón del bosque pardo
y hacia allí emprendió su viaje con dos amigos más, Yakuk e Irkut.
Ese
día de su partida y antes de salir tomar el camino al bosque los tres muchachos
comieron en casa de la abuela de irkut, esta les rogó más que sus propias madres
de no ir a ese bosque, porque no regresaría jamás, pero infructuoso fue el
ruego de esta anciana, los muchachos estaban decididos a ir y corroborar la
existencia de las hojas muertas, entonces se levantaron y salieron de la mesa.
Caminando estos ya hacia el bosque y lejos de su familia, Arreika, una de las
madres, les gritó: - ¡Vuelvan necios! - los muchachos no entendieron lo que les
decía y entraron al bosque pardo.
Cuando
penetraron los arbustos de terroso se encontraron con un bosque hermoso, y muy
peculiar, las hojas todas de los árboles carecían de verdor, eran castañas como
un eterno otoño; además el aroma del bosque era muy cambiante al igual que el
viento, dulces olores percibían estos muchachos pero que causaban desconcierto
y más cuando el viento que cambiaba su dirección en cuestión de minutos o
menos.
Ya
parecía la tarde en aquel lugar y con la caída continua de la luz solar, las
hojas castañas de los árboles iluminaron crepuscularmente el ambiente del lugar
y los muchachos entraron en trance, el aroma, las luces y las diferentes
sensaciones que experimentaban los llevaron a un éxtasis narcótico que los
elevaba y los hacía flotar por los caminos del alucinógeno lugar.
Con la
noche establecida y el juego de luces cesado, los jóvenes despertaron de su
anestésico trance y notaron que habían caminado sin sus pertenencias hasta las
profundidades del bosque, no así, las excitantes experiencias que vivieron en
la tarde nada se asemejarían a lo que les vendría. Llegaron a ellos tres
doncellas, todas cubiertas con un velo que les impedía observarles bien y en la
noche más aun.
De las
copas de los árboles entonces cayeron destellos de luz tornasol y las doncellas
quitaron su ropaje, y descubrieron su desnudez leñosa a los muchachos quienes
en su fantasía y éxtasis narcótico cayeron en las ramas de las doncellas,
intimaron con ellas y el bosque cantó la danza de las hojas muertas, la noche
de pasión maderosa terminó, los muchachos ahora sin ropa despertaron y alegres
hablaron de sus maravillosas experiencias con aquellas doncellas.
Fue
entonces cuando el sonido de un corno que venía desde lo más interior del
bosque les llamó, los muchachos corrieron en pos del corno y en búsqueda de más
doncellas, corrieron por un buen trecho, pasaron por el riachuelo de la savia,
por la galería de los estomas, cruzaron los haces vasculares de las cavernas
del floema y bajaron por la cuesta del xilema, el sonido del corno estaba más
acentuado y corrieron entonces con más vehemencia.
Llegaron
al centro, y se toparon con las hojas muertas, con el mar de las hojas muertas,
los jóvenes se detuvieron ya que parecía no haber forma de cruzarle, Yakuk
exclamó: - ¡Oigan, sí existen las hojas muertas! - y así los demás entraron en
razón juntamente con Yakuk. Celebraron con júbilo la hazaña y su valentía de
llegar a un lugar que decían que no se regresaba, no porque muriesen sino por
los infinitos placeres que se experimentaban en el lugar.
Decidieron
entonces regresar cuando intentaron moverse no pudieron, estaban atrapados por
aquellas hojas, miraron abajo y notaron que estaban dentro de las hojas
muertas, y una picazón comenzó a darles, que luego se tornó a un ardor y luego
a dolor, los muchachos gritaron y gritaron pidiendo auxilio, una ayuda que
jamás vendría. Momentos después lograron moverse y salieron de las hojas,
corrieron, al principio velozmente pero cada paso que dieron era más
aletargado, sus pies se dividieron en miles de rizomas y un cuerpo leñoso
comenzó a tornarse, los tres gritaron desesperadamente más alto, El dolor
aumentó más, se hincharon, luego perdieron
la voz, y segundos después sus cuerpos se reventaron dejando descubrir
el árbol que las doncellas habían sembrado en ellos, los chicos ahora
esparcidos entre vísceras y pedazos de cuerpo fungieron de abono a esos tres
nuevos árboles del bosque pardo. Cayó la mañana, luego la tarde y el bosque
descansó.
FIN
POKOTO
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